miércoles, septiembre 16, 2009

Crónica de una tragedia

Mauricio Merino

Un solo individuo, boliviano residente en México desde hace 17 años, fue capaz de revelar al mundo la locura colectiva de los mexicanos. El episodio no tuvo desperdicio: cada momento, cada declaración, la forma en que se divulgó, el análisis que le ha seguido. Todo muestra que en la tierra de los locos, el iluminado es rey.

Lo más probable es que a José Mar Flores Pereyra lo condenen a varios años de prisión, tras un juicio que no tardará mucho (pues la atención mediática apresurará el proceso). Pero también creo que le debemos alguna gratitud por habernos permitido ver ese muestrario de nuestros despropósitos, de un solo trazo.

Dijo que confeccionó la “bomba” con todo desparpajo, en la sala de espera del aeropuerto de Cancún. La hizo con latas de jugo, cables sueltos y cinta gris, y la puso en un maletín de mano que nadie revisó. Podría haber sido verdadera y causar destrozos, pero el pastor Flores Pereyra no quería matar a nadie sino, más bien, salvarnos. Tarea imposible, si se añade que además quería hacerlo a través del presidente Calderón, para advertirle del terremoto que vendrá si no oramos de inmediato. No consiguió esa entrevista, pero sí logró hablar con el secretario García Luna, quien buscó sacar provecho del secuestro para mostrarle al mundo la eficacia de nuestra policía y, de paso, salir en los retratos. ¿Qué otra razón habría tenido para capturar casi personalmente al criminal?

Quizá había una: el pastor Flores no sólo amenazó con estallar la bomba construida en Cancún, sino que declaró venir acompañado de tres cómplices. Ese dato bastó para movilizar a cientos de policías armados hasta los dientes, incluyendo helicópteros y equipos de asalto, además de toda una parafernalia bélica que fascinó a los medios. Después sabríamos que los tres acompañantes del secuestrador eran el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, contra quienes, hasta donde sabemos, todas esas armas no resultan eficaces. Que el pastor viajaba (terrenalmente) solo era un dato que conocía ya la tripulación y que confirmarían, uno a uno, los pasajeros que hablaron con la prensa. Pero que ignoraban, por lo visto, las poderosas fuerzas de seguridad.

Con todo, tras haber tomado nota de la situación y en pleno vuelo hacia Campeche, el presidente Calderón decidió “salir a medios” (como se dice en el lenguaje de la prensa, emulando al de los toros), para ofrecer tranquilidad a México. En esa conferencia improvisada, felicitó a su gabinete de seguridad por la eficacia con la que actuó ante la amenaza, que “fue una prueba para la sociedad y el gobierno mexicanos”.

Sin embargo, algunas cosas no salieron bien. Por ejemplo, la escalerilla no llegó oportunamente —pese a que el capitán del vuelo la pidió—, de modo que algunos pasajeros debieron bajar usando el tobogán. Por otra parte, aunque ya todo estaba controlado, decenas de policías subieron por el acceso posterior de la aeronave y amagaron con violencia, en una escena memorable. Y en cuanto a la bomba que puso en jaque al vuelo, la televisión trasmitió en vivo el momento en que los expertos la hicieron estallar. Por supuesto, no sucedió nada. Pero, ¿por qué lo hicieron exactamente ahí? Mi impresión es que, de haber sido verdadera, habrían volado todos y también la mitad del aeropuerto.

Entretanto, los periodistas de la radio y la televisión se disputaban cada instante de la crónica en vivo, literalmente, a gritos. En el paroxismo, parecía que estaban esperando, jubilosos, el momento en que el avión estallaría en pedazos. Y mientras más tiempo transcurría, más se multiplicaban las conjeturas y las exageraciones. Quizá algunos se sintieron parte del rodaje de una película de Hollywood, con el estímulo añadido de verse en las pantallas de televisión del mundo y en los sitios de internet más frecuentados, en tiempo real.

Más tarde, una buena parte de la prensa y algunos políticos llegaron a la conclusión de que todo fue un montaje. El señor Flores Pereyra habría sido contratado para desviar la atención mediática de los problemas principales del país y, acaso, para subrayar los méritos del secretario García Luna. Un secuestro absurdo, perpetrado por un pastor que buscaba transmitir un mensaje del Señor, con una bomba de hojalata. Todo eso, según esas personas, fue planeado por el secretario para ganar simpatías e influencia. Eso dicen.

Pero lo mejor vendría después, cuando los peritos de la PGR declararon que el pastor Flores Pereyra no está loco, exactamente el mismo día en que este último afirmó que su abogado defensor se llamaba Jesucristo. Tienen razón. El pastor está en sus 13. Los locos somos todos los demás.

Profesor investigador del CIDE